domingo, 13 de mayo de 2012


Cuando Thomas Hobbes, John Locke y Jean-Jacques Rousseau reflexionaban sobre lo que significaba el contrato social, allá por los siglos XV y XVI, nunca se hubieran imaginado que este concepto podría reconsiderarse en esta modernidad liquida, donde según el filósofo polaco Zygmunt Bauman, todo fluye y nada es estable: el ritmo del cambio es incesantemente. Bajo diferentes ópticas, los contractualistas definieron al contrato social como aquel acuerdo realizado por un grupo que, por voluntad propia, admiten la existencia de una autoridad, normas y leyes a las cuales se someten. El Estado, en sus múltiples manifestaciones, firma un contrato social a través del cual se responsabiliza por el bienestar de los ciudadanos.

Cuando Beder Herrera asumió en 2011 como Gobernador de La Rioja, electo con más del 60% de los votos, lo hizo en medio de la convulsión que significaba su nuevo discurso pro-minero, distante de aquel Beder que sonreía en fotos con carteles repudiando esta actividad. Soy parte de esa gran mayoría que lo eligió para gobernar nuestra provincia y lo digo por el hecho de que hay que entender que en la convocatoria a las urnas vota el pueblo, todos eligen y gana siempre alguien por la mayoría, pero a la hora de asumir un rol y tomar el poder, se gobierna no para esa mayoría: se vela por toda la población, incluyendo las minorías. También soy parte esa gran mayoría que está en desacuerdo con que se lleve adelante esta mortal actividad. Ese contrato social que muchas personas tomaron como legitimo a la hora de apoyar a este político que se jactaba de estar en contra de la minería se ha roto. El contrato se ha disuelto. Una de las partes no cumplió. El gobernador tomó una nueva posición y la gente se indignó.

La movilización del 16 de enero del 2012 no me dejó más que satisfecho en el siguiente sentido: fui con la predisposición de medir la efectividad que tienen las redes sociales como fuertes fuentes de participación. La idea de la participación  y compromiso me parecían claves para analizar el gran movimiento que se llevó a cabo ese día y como fueron las redes sociales protagonistas (secundarias, no principales) de esta marcha que tuvo lugar en la plaza principal de la ciudad. Salvado las diferencias –y distancias- que ocupan esta reflexión, se me viene a la cabeza el rol de las redes en el movimiento de los indignados de España. Se me vienen a la cabeza también canciones que hablan sobre defender la Pacha Mama, un René pasional y la catarata de leyendas como “El Famatina no se toca” en las paredes de nuestras calles vecinas y escritos en los muros del Facebook de nuestros amigos.

Estamos viviendo un hecho antológico, retratado también en la agenda de los medios nacionales. Las movilizicaciones cristalizan el interés colectivo por defender la vida. Las personas se asomaban de a poco a la gran cantidad de gente que ocupaba la plaza 25 de Mayo y sus alrededores. Algunos quedaron afuera por decisión suya, respetable, sí. Y otros por miedo. Creo que el miedo que hacía que las personas tiendan a callarse para no quedar fuera de la espiral del silencio, ese miedo al aislamiento, se ha convertido en un miedo que pone en juego cosas vitales de las personas (¿sería acaso una versión alternativa, aggiornada o exagerada de esta teoría? Cabe dudar). Pero este no es un punto a considerar ahora: lo importante aquí es repensar como la opinión pública, como postulaba la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann, se ha convertido en aquella opinión que cubre a la sociedad como una piel. Y hoy esa piel social está dañada. Tiene cicatrices. Pero lejos del dolor que se produce cuando se abre una cicatriz,  ésta es propulsora de un cambio, un cambio que radica en el corazón de los que alzan la bandera para despertar a los otros y contagiarlos. Son marcas que hablan de nuestra identidad como ciudadanos. Hacía falta que nuestra piel como riojanos sea rasguñada para que abramos los ojos.

De la marcha de ese 16 de enero también me llamó la atención la mixtura. Era una marcha que no se segmentaba por edad. Tampoco por sexo. Menos por lugar de origen. El sentido de pertenencia se componía de una lucha digna e histórica. Fue gratificante ver la eficacia que proporcionan estás plataformas virtuales (Facebook sobre Twitter), sobre todo la materialización que produjo entre los vínculos directos entre sus miembros, usuarios y... ciudadanos. La continuidad del relato 2.0 de una batalla por la vida en las calles de La Rioja puso en manifiesto que todos tenemos algo que nos une con los otros, y no solamente un disco favorito, un artista que admiramos o una película que nos apasiona: éste fue el cachetazo que dio esta movilización masiva contra la minería en Famatina que excedió la cómoda (no obstante también practica), “militancia desde el teclado”.

Luego de las manifestaciones que le sucedieron a ésta, cuando los puntos que se trataron de coser en la ciatriz de a piel social riojana empezaron a cicatrizar, la información siguió invadiendo las redes y la vida cotidiana. Lo que me preocupa es que las personas, en su afan de defender hasta el hartagzo e insistencia abrumadora una lucha tan digna como la que se describe en estos párrafos, produzcan una infoxicación: intoxicar a la gente de información, de tal manera que se confunda el "saber" con el "hacer" y se vuelva a la comoda militancia desde el teclado. Regular el caudal de información nos protege de una disfunción de los medios, que es la función narcotizante a partir de la cual se sature a la gente de información y en lugar de estimularlos, los atonta y genera apatía tanto como conformismo.

En esta era donde nada es constante, donde los líquidos reinan en las relaciones social, donde todo fluye en esta modernidad como sostiene Bauman, el pueblo de La Rioja, potenciado por la exacerbación del pueblo de Famatina, está derritiendo esos sólidos viejos y tradicionales de una política que llegó con “esos cuentos de sanguijuelas modernas, que te venden buena salud mientras te acompañan al cementerio” como sentenció la mente brillante de Eduardo Galeano, para construir nuevos y mejores sólidos. Un sólido que pueda subsanar la herida que deja abierta en La Rioja esta situación donde el recurso hidrico que se defiende hoy es sinónimo no de un futuro, sino de un presente: la mismísima vida. 

17 de Enero 2012

Paradójicamente en esta época democrática que transitamos y celebramos en la actualidad, todavía hay quienes hostigan con su insistencia de que en la vida hay tomar una posición u otra. Como si no se perdonasen los grises. Uno representa el absceso político para el otro y viceversa. El carácter de dualidad que atraviesa la historia argentina, desde un River-Boca hasta  unitarios versus federales, tiene ecos en el presente en un debate que se ensució a tal punto de que me llevó a escribir esto: la famosa contienda entre peronistas y radicales. Hoy parece que es válido conjugar la imagen de Perón con la de los Kirchner. Son sinónimos. Se alimentan entre sí. La simbiosis política en su máxima expresión.

Aquí mi respuesta a los inquisidores.

Hipótesis como falta de conocimiento sobre las posibilidades que hay para elegir, la resistencia a quedarme pegado a una ideología que no comparto al cien por cien, el desinterés de formar parte de un grupo militante adormecedor son algunas posibles respuestas de por qué no estoy comprometido con algún partido político. A veces me pregunto si pecaré de posmoderno o he llevado al límite mis intenciones de negociar un punto medio entre los distintos fenómenos de polarización que se me presentan. Blame it on me. 

Con tono irónico, publiqué un tweet que invitaba a responder la siguiente pregunta: “Leo a Beatriz Sarlo, ¿ya soy gorila?”. Y una catara de intolerancia K llenó mis menciones. Provocativo y poco inteligente, mea culpa. A lo que siguió otro tweet donde confesaba que “voté a Cristina y cuestiono su gobierno. Leí a Sarlo y cuestiono lo que escribe. Si queres un 50, poné el 50 de tu lado” haciendo clara referencia a lo oportuno que es a veces la autocritica en todas sus dimensiones posibles: desde las prácticas políticas hasta los consumos culturales. Todo se hibrida.

Al votar a Cristina Fernández de Kirchner supe que ganaría la reelección. Lo tenía todo, la juventud y viudez, sus escudos y lanzas, como bien señaló Beatriz Sarlo en un ingenioso  artículo publicado en La Nación tras la victoria de nuestra electa Presidenta. A Cristina le celebré desde la nueva ley de medios audiovisuales hasta la sanción del matrimonio igualitario. Le cuestioné muchas veces el discurso cerrado y lo poco abierto al diálogo que está, pero no me escuchó. A Sarlo la leí en “Escenas de la vida posmoderna” y me enamoré de su prosa. Lejos de esa Sarlo está la que escribió “La audacia y el cálculo”, que tiene sus buenos momentos (sobre todo el análisis que hace sobre las redes sociales) como así también sus momentos oportunistas.

Como si estos dos puntos irreconciliables me alcanzaran para explicar la realidad en su totalidad. Sería una utopía pensarlo así, pero sería digno de autocrítica repensar qué puntos son débiles y cuales fuertes en una política y no dejar que el fanatismo manche la óptica a través de la cual miramos el mundo. La video política bajo la lupa de una intelectual que logra a duras penas explicar cuál fue la batalla cultural que ganaron los Kirchner y, a su vez, una intelectual asechada en un programa en el cual es muy irónico como se entiende la democracia en términos de panelistas (todos contra uno). Antológica la visita de Sarlo en 6,7,8.

Ni peyorativamente se escribieron estas líneas, ni con ánimos de ofensa a quienes profesan la militancia como parte del ritmo de su vida. Si la noción de pueblo está en jaque hoy es otro debate a entablar. Si los jóvenes estamos comprometidos o reacios a participar en la política es relativo si se abre el juego para entender lo que significa ser hoy “joven” y qué sentido se le otorga a la palabra “política” y recién a partir de esta resignificación poder analizar en profundidad la relación que existe entre estas categorías atravesadas por los aires de la posmodernidad.

Por un lado, celebro a quienes con convicción defienden sus ideales y alzan la bandera de su partido político en son del bienestar social. Aplaudo a esos jóvenes que salieron de los grises y optaron: blanco o negro. Por otra parte no me resulta extraño detectar en otros jóvenes esta pasividad en la toma de decisión –que no implica que esto se traspale a lo ideológico y lo práctico-, ya que en estos tiempos tan efímeros “todo lo solido se desvanece en el aire”. Habría que releer donde se construye la ciudadanía hoy: se encontrarán respuestas variadas que van desde los consumos culturales hasta las redes sociales.


Este tipo de debate está abierto a miles de posturas, no se puede quedar bien con Dios y con el Diablo en simultáneo. Esta es solo una visión. Lo rico de la democracia es que se puede hablar sobre lo hablado y así seguirá lloviendo sobre mojado. Insisto en defender mi postura negociadora de la vida para evitar que este debate me desgaste, me arrastre y me ensucie porque si hay algo cierto es que las palabras sueltas nos tienen vuelta. Así que cuando me preguntan qué soy, responderé que no soy kirchnerista ni peronista ni radical. Ciudadano, gracias.
 

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