domingo, 13 de mayo de 2012


Paradójicamente en esta época democrática que transitamos y celebramos en la actualidad, todavía hay quienes hostigan con su insistencia de que en la vida hay tomar una posición u otra. Como si no se perdonasen los grises. Uno representa el absceso político para el otro y viceversa. El carácter de dualidad que atraviesa la historia argentina, desde un River-Boca hasta  unitarios versus federales, tiene ecos en el presente en un debate que se ensució a tal punto de que me llevó a escribir esto: la famosa contienda entre peronistas y radicales. Hoy parece que es válido conjugar la imagen de Perón con la de los Kirchner. Son sinónimos. Se alimentan entre sí. La simbiosis política en su máxima expresión.

Aquí mi respuesta a los inquisidores.

Hipótesis como falta de conocimiento sobre las posibilidades que hay para elegir, la resistencia a quedarme pegado a una ideología que no comparto al cien por cien, el desinterés de formar parte de un grupo militante adormecedor son algunas posibles respuestas de por qué no estoy comprometido con algún partido político. A veces me pregunto si pecaré de posmoderno o he llevado al límite mis intenciones de negociar un punto medio entre los distintos fenómenos de polarización que se me presentan. Blame it on me. 

Con tono irónico, publiqué un tweet que invitaba a responder la siguiente pregunta: “Leo a Beatriz Sarlo, ¿ya soy gorila?”. Y una catara de intolerancia K llenó mis menciones. Provocativo y poco inteligente, mea culpa. A lo que siguió otro tweet donde confesaba que “voté a Cristina y cuestiono su gobierno. Leí a Sarlo y cuestiono lo que escribe. Si queres un 50, poné el 50 de tu lado” haciendo clara referencia a lo oportuno que es a veces la autocritica en todas sus dimensiones posibles: desde las prácticas políticas hasta los consumos culturales. Todo se hibrida.

Al votar a Cristina Fernández de Kirchner supe que ganaría la reelección. Lo tenía todo, la juventud y viudez, sus escudos y lanzas, como bien señaló Beatriz Sarlo en un ingenioso  artículo publicado en La Nación tras la victoria de nuestra electa Presidenta. A Cristina le celebré desde la nueva ley de medios audiovisuales hasta la sanción del matrimonio igualitario. Le cuestioné muchas veces el discurso cerrado y lo poco abierto al diálogo que está, pero no me escuchó. A Sarlo la leí en “Escenas de la vida posmoderna” y me enamoré de su prosa. Lejos de esa Sarlo está la que escribió “La audacia y el cálculo”, que tiene sus buenos momentos (sobre todo el análisis que hace sobre las redes sociales) como así también sus momentos oportunistas.

Como si estos dos puntos irreconciliables me alcanzaran para explicar la realidad en su totalidad. Sería una utopía pensarlo así, pero sería digno de autocrítica repensar qué puntos son débiles y cuales fuertes en una política y no dejar que el fanatismo manche la óptica a través de la cual miramos el mundo. La video política bajo la lupa de una intelectual que logra a duras penas explicar cuál fue la batalla cultural que ganaron los Kirchner y, a su vez, una intelectual asechada en un programa en el cual es muy irónico como se entiende la democracia en términos de panelistas (todos contra uno). Antológica la visita de Sarlo en 6,7,8.

Ni peyorativamente se escribieron estas líneas, ni con ánimos de ofensa a quienes profesan la militancia como parte del ritmo de su vida. Si la noción de pueblo está en jaque hoy es otro debate a entablar. Si los jóvenes estamos comprometidos o reacios a participar en la política es relativo si se abre el juego para entender lo que significa ser hoy “joven” y qué sentido se le otorga a la palabra “política” y recién a partir de esta resignificación poder analizar en profundidad la relación que existe entre estas categorías atravesadas por los aires de la posmodernidad.

Por un lado, celebro a quienes con convicción defienden sus ideales y alzan la bandera de su partido político en son del bienestar social. Aplaudo a esos jóvenes que salieron de los grises y optaron: blanco o negro. Por otra parte no me resulta extraño detectar en otros jóvenes esta pasividad en la toma de decisión –que no implica que esto se traspale a lo ideológico y lo práctico-, ya que en estos tiempos tan efímeros “todo lo solido se desvanece en el aire”. Habría que releer donde se construye la ciudadanía hoy: se encontrarán respuestas variadas que van desde los consumos culturales hasta las redes sociales.


Este tipo de debate está abierto a miles de posturas, no se puede quedar bien con Dios y con el Diablo en simultáneo. Esta es solo una visión. Lo rico de la democracia es que se puede hablar sobre lo hablado y así seguirá lloviendo sobre mojado. Insisto en defender mi postura negociadora de la vida para evitar que este debate me desgaste, me arrastre y me ensucie porque si hay algo cierto es que las palabras sueltas nos tienen vuelta. Así que cuando me preguntan qué soy, responderé que no soy kirchnerista ni peronista ni radical. Ciudadano, gracias.

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